Por Tirsa Noemí Gutiérrez

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Necesito ver este tiempo como una oportunidad, finalmente para eso sirven las crisis; a menos que me la pase quejándome y refunfuñando porque los «planes» y «proyectos» que tenía programados se tendrán que posponer, suspender o de plano se vendrán abajo a causa de una pandemia tan inoportuna.

Sin embargo, siempre hemos vivido la pandemia del pecado, desde el principio de los tiempos.

Y aún así seguimos adelante con nuestra vida, contagiando a otros y regando este mal por doquier con nuestro estilo de vida tan superficial, como si no hubiéramos sido llamados a la santidad.

Juzgamos las acciones de otros solo porque las nuestras son «menos peores».

Obligamos a otros a llevar pesadas cargas y cubrir una interminable lista de condiciones antes de siquiera atender sus necesidades más básicas: amor, alimento, abrigo.

Decidimos quién sí merece compasión o perdón, como si nosotros no gozáramos del favor divino continua e inmerecidamente.

Retenemos la cura a este mal mundial llamado pecado, almacenando la gracia que hemos recibido, no sea que se vaya a agotar.

Conocemos de primera mano la vacuna a esta pandemia… pero es que la oración es tan aburrida.

Teniendo tan cerca la palabra que dará vida, matamos gente al quedarnos callados.

Necesito reprogramar mi chip…

Jesucristo no está encerrado en la iglesia, la Iglesia soy yo y él realmente está en mí ¡esperando salir! De la queja constante que escucha dentro, de la inconformidad, de los planes frustrados y programas cuadrados que tanto le impiden liberar su poder.

Aprenderé a escucharlo a él mientras esté en casa, y a tener una real y cercana relación, lejos de escenarios, micrófonos y discursos.