El amor fue dolor

Por Tirsa Gutiérrez

Sé que febrero se caracteriza por ser el mes del amor y la amistad, pues apenas se acerca este mes y ya se ven los corazones, globos, flores y chocolates por todas partes.

De hecho es un mes muy significativo para mí, ya que celebro siete años de volver a la vida junto con el milagroso nacimiento de mis gemelos.

Sin embargo he decidido hablar de un tema totalmente diferente, pues hoy vivimos una realidad que no podemos eludir ni tampoco podemos pretender que no nos afecta pues ha dejado estragos irreparables y algunas cicatrices imborrables ante las cuales no podemos cerrar los ojos o darnos la vuelta pensando «a mi no me afecta». 

Me refiero a la pérdida

Todos estamos en duelo a causa de haber perdido algo. Unos más, otros menos: ya sea la muerte de un ser amado, la pérdida de un empleo, las dificultades en las finanzas, en la vivienda, en la salud, en el contacto con familiares y amigos, la falta de espacios de ocio y distracción, los problemas en las relaciones, o el debilitamiento del ánimo, la esperanza, la fe e incluso hasta en nuestra comunión como iglesia. 

El dolor y el sufrimiento están entre nosotros.

¿Qué has perdido tu? 

Dolor es un término que procede del latín y que señala una sensación molesta, aflictiva y por lo general desagradable en el cuerpo o el espíritu. Puede tratarse, por lo tanto, de una experiencia sensorial y objetiva (el dolor físico) o emocional y subjetiva (el dolor anímico).

Cada doliente lo vive, lo siente y lo experimenta de diferente manera, de acuerdo a su personalidad, historia de vida, creencias, situación actual, etc. Y es importante mencionar que el dolor afecta la totalidad del ser, a nivel físico, emocional, intelectual, social y espiritual.

De hecho, cada experiencia de dolor es tan válida y respetable que merece la pena ser hablada, escuchada y atendida. Por ello es necesario reconocer nuestra pérdida para poder hacerle frente y por consiguiente, seguir adelante con el tiempo y recursos que aún tenemos. 

La meta de todo proceso de duelo siempre será adaptarse poco a poco para regresar a la funcionalidad.

Además, es absolutamente válido sentir y reconocer lo que sentimos, ya que es el primer paso para sanar; pero para ello resulta necesario aceptar la realidad de la pérdida, cualquiera que ésta sea, hablar sobre ella y levantar la mano para pedir ayuda. 

Por lo general, la familia siempre es la principal red de apoyo, aunque a veces es necesario solicitar ayuda profesional. Se puede comenzar abriendo la conversación dentro del hogar, escuchando sin juzgar, haciendo un esfuerzo por ponerse en el lugar de la persona en duelo, acompañándola en su dolor, sin intentar evitarlo o negarlo, sino fomentando la comunicación. 


Desde la irreemplazable pérdida de un ser amado, o un sueño de vida que se ha esfumado, o incluso la desorientación que trae el mañana, es vital ponernos en los zapatos de aquellos que sufren y empatizar con su dolor, considerando que nada en su vida volverá a ser igual, sabiendo de antemano que se encuentra en un proceso que llevará tiempo: el tiempo necesario hasta ser capaz de levantar la mirada de nuevo, sonreír, cantar, soñar, crecer, y volver a encontrar el significado de la vida. 

Como cristianos tenemos preciosas promesas de vida eterna, de esperanza para el por venir y de triunfo aún sobre la muerte; sin embargo, el tiempo actual requiere más de nosotros, más que sólo confiar y descansar plácidamente en una burbuja de protección divina. 

El sufrimiento existe, y existe como prueba de nuestro estado caído.

Para comprender el sufrimiento debemos mirar la cara de los seres humanos que sufren.

La catástrofe une a la víctima y a los espectadores en un llamado al arrepentimiento, al recordarnos de manera abrupta la brevedad de la vida.

Este es el tiempo para valorar la vida, para expresar nuestros sentimientos por aquellos que amamos, de hacer cambios en beneficio de nuestros días sobre la tierra.

Piensa e imita: ¿Cómo respondió Jesús en la Tierra al dolor? El sintió, pero también ayudó. 

«Jesús modeló la benevolencia y la bondad. […] Debido a que su espíritu vive en nosotros, también tenemos la capacidad de usar la tragedia personal como una oportunidad para cuidar de los demás.»

Quiero terminar esta reflexión citando a Philip Yancey con un fragmento de su libro Dónde está Dios cuando duele, esperando que puedas abrir tus ojos hacia los que están sufriendo, quien sea, por lo que sea.

«El dolor es el mecanismo que me obliga a dejar de hacer lo que estoy haciendo y prestarle atención al miembro adolorido. Hace que deje de jugar basquetbol si me torcí un tobillo; que me cambie los zapatos si me aprietan demasiado; que vaya al médico si me sigue doliendo el estómago. En resumen, el cuerpo más sano es aquel que siente el dolor de sus partes más débiles.

»De la misma manera, nosotros, los miembros del cuerpo de Cristo, debemos aprender a atender a los dolores del resto del cuerpo. Cuando procedemos así, nos convertimos en la encarnación del cuerpo resucitado de Cristo […]

»Sería mucho más sencillo para nosotros evadir a las personas en necesidad. Sin embargo, ministrar al necesitado no es una opción para los cristianos, sino un mandamiento. Nosotros — tú y yo — somos parte de la respuesta de Dios al gran sufrimiento de este mundo. Como cuerpo de Cristo en la Tierra debemos movernos cómo lo hizo Él, en dirección al que sufre. Ese ha sido el constante movimiento de Dios a lo largo de la historia…. 

»¿Los escuchamos, les respondemos? ¿O estamos cada vez más adormecidos e ignoramos las señales de dolor efectivamente sacrificando un miembro del cuerpo de Cristo? No todos los gritos de dolor son tan lejanos… 

»Algunos están en nuestra propia casa, en el lugar de trabajo, en nuestra calle, en nuestra iglesia. 

»Cristo aún se apoya en nosotros para que comuniquemos el verdadero amor, en medio del dolor.»

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