Por Consuelo Pérez Velasco

En este mes de agosto, en que celebramos el mes de la Biblia, me he puesto a recapacitar en lo que ella representa para mí.

Recuerdo que el primer texto que memoricé en mi vida cristiana fue el Salmo 2:8 que dice: «Pídeme y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra», una de las grandes promesas que la Palabra de Dios tiene para nosotros.

Con el paso de los años, al ir leyendo la Biblia en mi caminar con Cristo, he ido encontrando otras «perlas» como esta, y he conocido la Palabra de Dios como agua para calmar mi profunda sed de Él; luz para iluminar mis momentos de mayor oscuridad; alimento cuando he sentido en mi ser un profundo vacío interior; fortaleza cuando mi alma ya no podía seguir más. También fue la vara que corrigió mi camino cuando me hallaba errática; mi mejor arma cuando tenía que defenderme de mis enemigos; mi sueño cuando no
me parecía tener ningún porvenir; y mi ilusión cuando sentía que ya no había esperanza en mi vida.

Cada día he encontrado en su Palabra una esperanza que me ilumina y que me guía, un bálsamo para las heridas, y una luz que brilla intensamente en medio de los abismos más profundos y tenebrosos. Además me ha prodigado de alegría al conocer la verdad maravillosa de que me ha sido otorgada la vida eterna y me ha dado una paz profunda al saber que a quienes amo y han partido están en un maravilloso lugar donde me esperan en la dulce compañía de aquel que un día dio su vida por amor a mí.

Su palabra es aliento y es enseñanza que nos dirige a caminar rectamente en el Reino de los Cielos —un Reino que ha comenzado aquí en la Tierra desde que nuestro señor Jesús estuvo en ella— y nos indica los pasos que debemos seguir, los lineamientos a los que debemos apegarnos, las estrategias que debemos emplear y las
buenas nuevas que debemos compartir.

Jehová es mi pastor (Salmo 23:1a) ha sido el recordatorio de que Él es quien debe tener el control de mi diario vivir.

Nada me faltará (Salmo 23:1b) es la confianza plena en la provisión eterna que Dios tiene para mí.

Ninguna condenación hay para los que están en Cristo (Romanos 8:1) ha sido el aliento para perdonarme cuando peco contra Dios y contra mí misma.

Estad quietos y conoced que yo soy Dios (Salmo 46:10) me permitió ver las maravillas manos de Dios obrando a mi favor y ayudándome en muchas de las necesidades que he tenido a lo largo de mi vida.

Todo lo que respira alabe a Jehová (Salmo 150:6) me ha dejado ver su creación cantando para Él que la sustenta.

Yo soy el pan de vida (Juan 6:48) me ha dado la confianza en que su provisión alimenticia no faltará sin importar cómo esté el sistema de este mundo.

La paz os dejo, mi paz os doy (Juan 14:27) me ancla a una calma que me sostiene aún en medio de las más duras tormentas.

Y ¿para ti qué ha significado la Palabra de Dios en tu caminar en Cristo? ¿Cuántos textos bíblicos se han convertido en tu sostén en medio de las dificultades de la vida? ¿Quieres compartirlos conmigo?