Por Juana Vega

«Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba,
que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo.
Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora
el discípulo la recibió en su casa»

Juan 19:26-27

Como madre, puedo identificarme plenamente con el dolor, los sentimientos y la desesperación que María estaba experimentando en ese oscuro momento. Jesús, su hijo, estaba colgado en el madero, deforme y sangriento, sufriendo el más cruel de los tormentos; y aunque su dolor, su sufrimiento tenían un propósito, eso apenas mitigaba lo que ella estaba sintiendo.

Es revelador que lo que ella estaba viviendo ya había sido profetizado hacia más de 30 años —Lucas 2:35 «Y una espada traspasara tu misma alma»— cuando ella y José presentaron a Jesús en el templo, y cuando a ambos se les reafirma el propósito divino de la vida de Jesús.

Pero regresando a ese momento y continuando con esta serie de enseñanzas acerca de las siete últimas palabras que Jesús pronuncio estando en la cruz del Calvario justo antes de morir, hablaremos respecto a la tercera palabra.

El evangelio de San Juan capítulo 19 versículos 26 y 27 dice: 

26 Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: mujer he ahí tu hijo.  27 Después dijo al discípulo: He Ahí tu madre.Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

Juan 19:26-27 

Aquellos que lo habían seguido durante su ministerio lo habían abandonado; sus discípulos más íntimos, como Pedro, lo habían negado; otros tuvieron miedo de que los fueran arrestar y se alejaron, huyeron y se escondieron.

Solamente un reducido grupo de estas personas le acompañaron hasta el final… y ahí, junto a la cruz, estaban dos que nunca lo abandonaron, dos a quienes no les importo lo que les pasara, ellos tomaron el riesgo que esto implicaba, ellos verdaderamente mostraron que amaban a Jesús y lo demostraron con actos.

Esas dos personas eran Juan el discípulo amado y María, su madre… estaban ahí, al pie de la cruz… Y es precisamente a ellos quienes Jesús dirige esta tercera palabra.

«Mujer he ahí tu hijo, hijo he ahí tu madre.»

Con estas simples palabras él estaba entregando en ese momento su legado como hijo a Juan.

Es increíble cómo en los momentos de mayor agonía, Jesús aún demuestra un amor tal que antepone la necesidad de su madre a su propio sufrimiento.

El hecho de que su padre, José, no sea nombrado desde mucho antes en las Escrituras hace suponer que había muerto, sus otros hijos e hijas no habían creído en Jesús, su hermano, y en su misión en este mundo, por tanto, no estaban presentes

Aparentemente María estaba sola, pero en ese lugar Jesús ya no estaba como hijo, él era el Mesías, el Salvador,

Ahora María requería de alguien que ocupara ese lugar de hijo y esa persona no es otro que Juan. Cristo provee lo que ella necesita: un hijo.

Se dice que no hay una palabra para describir el estado de los padres cuando pierden a sus hijos; es decir, un hijo puede ser huérfano cuando pierde a sus padres, un persona poder ser viuda o viudo cuando pierde a su conyuge, pero no hay una palabra para los padres cuando pierden a sus hijos.

Pero Jesús no deja en este estado indefinido a María, ella no quedara sin hijo.

Un amor incondicional por los demás

¿Pero que nos enseña Jesús con esto?

Recordemos lo que dice Juan 3.16:

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dada a su hijo unigénito, para que todo aquel que en el cree, no se pierda más tenga vida eterna.

Lo que Él nos está tratando de decir es que realmente está interesado en la humanidad, y así era como nos lo demostraba, por voluntad propia estaba ahí en la cruz, culminado su promesa de salvarnos, nos enseña también cómo debemos amarnos entre nosotros, anteponiendo la preocupación y el bienestar de los demás a los nuestros, eso es lo que el espera de nosotros.

Jesús nunca vivió para sí mismo, él siempre tuvo claro cuál era su propósito aquí en la tierra; él sabía que la decisión que había tomado implicaba mucho dolor y sufrimiento, además, cargar con el peso del pecado humano lo separaría de su Padre Celestial por un momento.

Para él, que es santo y que siempre había vivido y mantenido una relación estrecha, esto era demasiado, lo más aterrador que le podía pasar; pero así fue como nos dijo ahí en la cruz cuanto nos ama.

Durante su ministerio lo hizo también, siempre se interesó por las necesidades de las personas más vulnerables: sanó enfermos, liberó endemoniados, resucitó muertos —a su amigo Lázaro y a la hija de Jairo—, perdonó pecados y nos enseñó a practicar el amor, y que esa debería ser nuestra prioridad, demostrándolo con actos de servicio, con misericordia por los demás.

¿Conoces tu cuál es tu prioridad y tu propósito aquí en la tierra?

Cuando  se dirige a su madre y a Juan diciendo «Mujer he ahí tu hijo, hijo he ahí tu madre» Jesús está viviendo un momento desgarrador, un dolor inmenso; sin embargo, cuando ve el dolor de su madre se centra en ella y su sufrimiento pasó a segundo término. Ella quedaría sola y desamparada, él la ama tanto que su prioridad era protegerla; así que le da la encomienda a Juan de cuidarla y a ella le da un hijo,

Juan la cuidara como a su propia madre y ella será para él otra madre.

Y ese mismo amor y preocupación que muestra hacia su madre y hacia Juan, lo hace extenso hacia toda la humanidad, incluyéndonos a nosotros, a ti y a mí.

¡Gracias a Dios por entregarse a sí mismo en la persona de Jesucristo!

¡Jesús ya te amó! Y te amó con amor eterno, él ya sufrió por tus pecados y delitos para que tú, si quieres, tomes hoy la decisión de aceptar su sacrificio para tu vida y tu eternidad junto al Padre, solo tienes que hacer conciencia de cómo estás viviendo hasta el día de hoy reconociendo lo que dice Romanos 10.9: 

«Si declaras abiertamente que Jesús es el Señor y Crees en tu corazón que Dios lo levanto de los muertos, serás salvo.»

Durante este tiempo que nos queda por estar en casa resguardados, te invito a fortalecer tu relación con Dios, tomando la decisión y la actitud de María y Juan, permaneciendo siempre junto a la cruz. 

Es necesario reforzar la oración por nuestros familiares, amigos y vecinos que aún viven sin ninguna esperanza, siendo presas fáciles de la desesperación y desaliento porque su vida no tiene un propósito, ellos no saben a quién acudir en estos momentos así que llévales esperanza.

Las circunstancias que estamos viviendo nos apresuran a llevar buenas noticias, usemos la tecnología y los medios de comunicación y compárteles a Cristo, no te lo quedes para ti, hay muchos que lo necesitan y por ellos también murió Jesús. 

Recuerda, separados de él nada podemos hacer.